Buenas!
Esta es la crónica con retraso del encuentro de este mes que hemos acabado. Lo organizó Amaia esta vez y salimos encantados. Nos visitó gente nueva que siempre son un soplo de aire fresco. La mayoría gente joven de grupos de Bilbao e incluso una pareja de Madrid.
Fue una bendición el silencio, la Palabra, la oración compartida, la ronda de presentaciones...
Hemos celebrado hace unos días la semana por la unidad de los cristianos. Y algunos acudimos a celebrar el encuentro que volvieron a tener las iglesias hermanas de Santutxu, la evangélica y la católica de Covadonga. He visto crecer este proyecto y estoy encantado porque, junto con nuestro grupo de Taizé, es el ejemplo de que es posible el ecumenismo.
El viernes en la oración nos dieron un texto de Joxe Arregi y lo copio porque creo que da en la diana en el concepto de unidad en la diversidad que es lo siempre hemos defendido,
Unidad de los cristianos: ¿qué unidad?
POR JOXE ARREGI - Domingo, 22 de Enero de 2017
"COMO cada año desde 1966, las diferentes iglesias cristianas
del mundo celebramos estos días -del 18 al 25 de enero- la semana de oración
por la unidad de los cristianos. Este año bajo el lema: “El amor de Cristo nos
apremia”. El amor de Cristo, es decir: el amor de Jesús de Nazaret, de su
profecía libre, de su sueño de un mundo justo y fraterno, el amor de la Vida
bondadosa y feliz, más allá de toda confesión y religión.
Quien oiga o lea “semana de oración por la unidad de los
cristianos” seguramente entenderá que pedimos a un Dios omnipotente que nos una
a los separados, que haga lo que nosotros no podemos o quizás no queremos lo
suficiente para poder. Si orar fuera eso, sería alienante, no deberíamos orar.
Ni deberíamos creer en una divinidad que escucha y atiende o deja de atender
nuestras oraciones.
Pero orar no es eso. No es rezar ni pedir ni rogar, sino dejar que
nuestro ser, hecho de tierra humilde y de espíritu creador, se abra y se
exprese desde lo más profundo. Orar es ser, y ser es abrirse a ser más, pues el
poder ser más constituye nuestra finitud. Orar es realizar posibilidades
latentes en nosotros, pues el barro o la materia que somos es matriz
inagotable, capaz de desear, ser y hacer más. Orar es obrar. Orar es abrirse al
fondo de sí y del otro, al Fondo de todo o a Dios. Orar por la unidad de los
cristianos sería, pues, obrarla, hacerla real, efectiva y siempre más profunda.
Pero no creo en cualquier unidad. Casi diría que no creo en la
unidad por la que se nos invita a orar en esta semana. En efecto, quien oye o
lee “semana de oración por la unidad de los cristianos” entiende que los
cristianos aspiramos a que no haya tantas iglesias diferentes: católicos,
ortodoxos, protestantes y anglicanos; ni tantas iglesias diversas en el
interior de cada una de ellas: iglesias ortodoxas independientes, anglicanos y
episcopalianos, protestantes luteranos, calvinistas o presbiterianos,
metodistas, menonitas y bautistas… Que todos debiéramos confesar los mismos
dogmas e interpretarlos de la misma manera, y practicar los mismos sacramentos
y entenderlos igual, hasta formar entre todos un solo rebaño bajo un solo
pastor, un solo papa, como si la Iglesia debiera ser un partido político
amarrado y fuerte bajo un secretario general.
No creo en una sola Iglesia bajo un solo papa. Hoy no solo sería
imposible sino además indeseable que dejen de existir diversas iglesias, con
teologías, ritos y organizaciones diversas. Hace unos meses, en su alocución de
la catedral luterana de Lund (Suecia) con ocasión de la apertura del año de
Lutero, el papa Francisco pidió perdón porque “nos hemos encerrado en nosotros
mismos por temor o prejuicios a la fe que los demás profesan con un acento y un
lenguaje diferente”. Eso es. Nos une, sí, la misma fe, pero la profesamos
-vivimos- en distintos lenguajes. Todos los dogmas e interpretaciones, no son
sino eso: fórmulas y expresiones lingüísticas. La fe es otra cosa.
Y los lenguajes o las teologías no nos dividen sino cuando
olvidamos que son constructos humanos, y cuando creemos que el nuestro es el
único o el mejor, cuando nos negamos a entender o a aprender o al menos a
respetar el lenguaje del otro. No nos dividen las diferencias, por grandes que
sean, sino los temores y los prejuicios, por pequeños que sean. Las diferencias
solo nos confunden y dividen cuando nos empeñamos en construir una gran torre
de poder para conquistar el cielo: Babel. Los católicos no estamos separados de
los luteranos porque éstos no entiendan la eucaristía como transustanciación o
sacrificio, sino porque los excluimos de nuestra misa y ellos nos excluyen de su
cena de Jesús. El día que abramos la mesa, nos sentiremos unidos.
Y como se ha visto en los diálogos inter-eclesiales de los últimos
50 años, hay un escollo último que impide la comunión de todos los cristianos:
es la doctrina que afirma al obispo de Roma como autoridad absoluta sobre todas
las iglesias. El papa es, como dijo Pablo VI, el gran obstáculo de la comunión.
No el papa, sino el papado.
¿Y en qué consiste la fe que nos une? Consiste en el “amor de
Cristo”, que es como los cristianos, en la memoria y el seguimiento de Jesús,
designamos el amor y el cuidado de la vida. El día que unas iglesias
reconozcamos a las otras como son se habrán acabado las divisiones. Entonces,
de verdad, oraremos y obraremos la unidad."